domingo, 11 de enero de 2009

Un poco de reflexión

¡Qué corto de alcances es! No tiene talento
ninguno. Desde hace muchos años no hay otro
arquitecto en la ciudad, en la que no se ha construido
en todo ese tiempo una casa de regulares
condiciones estéticas y prácticas. El buen señor
se guía por métodos de construcción horriblemente
rutinarios. Cuando se le encarga una casa,
lo primero que dibuja en el plano es el salón.
Luego añade el comedor, el cuarto de los niños,
el gabinete, las alcobas, y pone en comunicación
unas con otras por medio de puertas todas
estas habitaciones, de modo que para llegar
a la última es preciso pasar por cada una de las
anteriores y nadie puede disponer enteramente
de ninguna.
Se advierte que conforme va componiendo el
plano se le van ocurriendo ideas incoherentes,
estrechas, mezquinas, limitadas, y que conforme
va dándose cuenta de sus olvidos va añadiendo
detalles.
La cocina la coloca siempre en el sótano, con
una bóveda de piedra y un suelo de ladrillos. La
fachada siempre es sombría, seca, triste, de líneas
severas, baja, como aplastada; las chimeneas,
anchas y feas, están cubiertas por unas
caperuzas de alambre.
No sé por qué, todas las casas construidas
por mi padre me recuerdan de un modo vago su
sombrero de copa y su nuca.
Poco a poco los habitantes de la ciudad se
fueron acostumbrando a su estilo arquitectónico,
que llegó a tener un valor local.
Ese mismo estilo lo llevó a mi vida y a la de
mi hermana. A mí me puso el nombre bíblico de
Misail y a mi hermana el histórico de Cleopatra.
Cuando era pequeña, le hablaba de las estrellas,
de los sabios de la antigüedad, de nuestros
abuelos, que debían servirnos de ejemplo. A la
sazón tenía ya veintiséis años y seguía hablándole
de las mismas cosas.



"Historia de mi vida".
Chekhov, Anton Pavlovich.

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